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EL CIRCO DE LA RETINA

La vida es un tiovivo  repleto de criaturas infectas y de situaciones aberrantes que os harán reír y llorar y tomar diazepam.

Bienvenid@ a El circo de la retina. ¿Qué tal? Aburrid@, ¿eh?, sino no estarías por estos lares.
Soy Laia Liar y este blog personal, a priori de humor,  no tiene ninguna otra pretensión que la de paliar el trastorno de ansiedad generalizada que me genera la vida en su formato más proletario y puteador al estilo "trabaja 8 horas al día, cobra una mierda, aguanta a subnormales, reprodúcete y muere pero siempre con una sonrisa".
No busques una coherencia de temas a tratar más allá de mis leitmotivs recurrentes que son la rabia, el asco y/o la frustración ante diferentes situaciones y personas, aunque siempre puedo tener microderrames cerebrales y escribir sobre cosas alegres y unicórnicas.  Espero que lo disfrutes y que compartas conmigo tu basura literaria, emocional y de cualquier tipo. ¡Besitos mil!

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Foto del escritorEl circo de la retina

Rutina motivacional

Hacía un buen rato que había acabado de comer y llevaba ya una hora y media cavando un hueco en el sofá con mi culo, sintiéndome cada vez más culpable y más gusana por no estar aprovechando las tardes ahora que tengo unas semanas de jornada reducida en el curro. Así que me ha dado un arrebato de voluntad que me ha empujado a levantarme y a salir al balcón para desapolillarme un poco antes de intentar pensar qué narices hacer con las pocas horas que me quedaban ya.



He intentado levantar gracilmente mis nalgas pero, con todas las costuras de la funda del sofá tatuadas en ellas a modo de trival de la vergüenza, la gracilidad se ha esfumado y con un movimiento brusco he metido la cabeza por debajo de la persiana a medio bajar y me he estampado contra el cristal muy fuertemente.

Entre el dolor, el ruido del golpe y el de un grito gutural que se ha escapado de mi garganta cual bestia parda herida, he pensado en cómo no he podido ver el cristal si no lo he limpiado desde el invierno pasado. Remugando colérica como Albert Rivera cuando no tiene lazos amarillos que arrancar y sujetándome la frente y la nariz, que han sido las partes más afectadas con el impacto, amén de una rodilla, que me imagino cómo estaría caminando hacia el balcón y se me aparece una especie de Nosferatu jorobado, iba yo defecándome en todo el santoral cuando con otro gesto aún más brusco he abierto la puerta corredera de vidrio para salir de una vez al exterior, sin darme cuenta de que tenía el dedo anular de la otra mano entre las dos puertas del balcón, pinzándomelo terriblemente.


Eso ya lo he sentido como un ataque personal de la vida hacia mi persona y una serie de exabruptos satánicos han salido de mi boca mientras me cogía el dedo con fuerza para intentar calmar el dolor que iba aumentando palpitante.


Y así estaba yo: achichonada, magullada, saltando en círculos sobre un pie, realizando un bailoteo a lo Jim Morrison cuando se había pasado con el alpiste,



y con el dedo pulgar de la otra mano tieso porque aún lo tengo lisiado por un corte que me hice el sábado pasado (eso es otra historia igual o peor) cuando, en medio de tal tío vivo de emociones impopulares, veo a un vecino del balcón de delante mirándome fijamente con cara de entre sorpresa y asco, como cuando ves a dos viejos en bolas pegándose el lote.



En ese momento me he quedado petrificada por unos segundos con cara de búho pasado de paroxetina, sin poder dejar de mirar al tío que había descubierto mi indignidad hogareña (que ya podía haber sido un viejo barrigudo y senil), preguntándome a mil por hora desde cuándo estaba ahí, pensando en cómo disimular o bien cómo arrancarle los ojos, los tímpanos y la corteza prefrontal desde esa distancia y sin que me pillara la poli.



Finalmente he reaccionado como un vampiro que está a punto de ser tocado por el Sol y, ya sin dolores (se me han pasado de golpe) y sintiendo como el espíritu de Camarón de la Isla que me había poseído segundos antes abandonaba mi garganta, he vuelto a las tinieblas de mi piso, he cerrado cagando leches el balcón, he bajado la persiana y me he puesto a hacer cosas productivas.

Y es que no dejéis que os vendan humo: ni rutinas de súper respiraciones de Wim Hof ni gilipolleces, no hay nada como el dolor y el ridículo para espabilarse y ponerse en marcha.



 


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2 comentarios


El circo de la retina
El circo de la retina
09 sept 2018

Gracias again, my friend Txarls! Es un honor viniendo de usted! Espero que disfrutes de las próximas entradas que ya estoy preparando. Besales a raudales!

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Txarls
08 sept 2018

Pues me he zampado de nuevo esta sublime historia y es que es tan rica y salerosa. Que Don tienes, insisto. Voy a leerme la otra en este paseo matinal que tenía pendiente por tu flamante espacio

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